martes, 7 de diciembre de 2010

El patinaje sobre hielo

Los orígenes del patinaje se remontan a los tiempos en que el hombre ataba a sus pies huesos de animales para deslizarse con ellos sobre el hielo y poder cruzar los lagos y arroyos congelados durante los meses de invierno. Con el tiempo este método de transporte se convirtió en una diversión popular, para todas las clases sociales.En una búsqueda de elegancia y belleza, los patinadores comenzaron a sincronizar sus pasos, saltos y otros movimientos garbosos con música.
La primera pista de hielo artificial se creo en Vancouver en el año 1912.En 1921 se creó el USFSA (United Status Figure Skating Association) con el objetivo de difundir el patinaje y promover su crecimiento en toda la Nación. Para ese entonces se discutía si el patinaje debía ser considerado como una disciplina deportiva o como un baile, a pesar de que el patinaje sobre hielo fue considerado deporte olímpico en 1908. Finalmente en 1924 fue incluido en los juegos olímpicos de invierno celebrados en Francia.Una de las figuras más destacadas fue la patinadora noruega Sonja Henie quien ganó 10 campeonatos mundiales (de 1927 a 1936) y 3 medallas olímpicas (1928, 1932 y 1936).


 La mayoría de los ejercicios que hoy conocemos reciben el nombre de los patinadores que los introdujeron en las competiciones.A lo largo del tiempo, el patinaje fue evolucionando, por ejemplo con la aparición de coreógrafos que se encargan de seleccionar los temas y hacer que los movimientos sean más sincronizados y armoniosos con la música. Hoy en día es un deporte mucho más competitivo.

martes, 16 de noviembre de 2010

Juanelo Turriano

Juanelo Turriano nació a principios del siglo XVI en la ciudad lombarda de Cremona, y su nombre auténtico era Giovanni Torriani. Sus habilidades como relojero y mecánico interesaron a Carlos I, que lo trajo a España para que le pusiera en funcionamiento una gran colección de relojes astronómicos con los que distrajo sus últimos días en el monasterio de Yuste. Allí construyó el conocido “cristalino” que le hizo famoso en su época. Posteriormente, al fallecer el Emperador, pasó al servicio de Felipe II.
Durante el tiempo que Juanelo pasó en Toledo, ideó a su manera una forma de abastecer de agua a la ciudad, especialmente a los palacios que el emperador tenía en la zona del actual Alcázar. Ciertamente que antes ya se habían ideado formas de traer esta agua, al “modo romano” con un impresionante acueducto sobre el Tajo por la zona más compleja, o bien con los tradicionales “azacanes”, o con pozos poco saludables y contaminados por el exceso de aguas residuales.
Previo a la construcción del famoso “artificio”, ciertos ingenieros alemanes construyen un “edificio del agua” para ascender el preciado elemento por medios mecánicos. Pero las tuberías reventaban con la presión del agua… Poco tiempo después, otros técnicos flamencos intentan de nuevo buscar una solución a la llevada del agua hasta el interior de la muralla toledana, pero fallaron tras 865 días de trabajos.
Juanelo, tras observar estos intentos, y ya con 65 años presenta al rey y a la ciudad un ambicioso proyecto para subir esta agua hasta el alcázar. En 1565 se firma el contrato de adjudicación entre el rey, la ciudad y Juanelo, en el que se detalla que las obras correrán por cuenta de éste último, pero que si funciona de acuerdo con lo proyectado, se le pagarán 8000 ducados, tras 15 días de la llegada del agua al Alcázar y otros 1900 ducados de renta perpetua cada año, corriendo a sus costas el mantenimiento del artilugio.


El 23 de febrero de 1569 Juanelo entrega su “artificio” en pleno rendimiento incluso superando en un 50% lo proyectado. Pero tras la finalización de la obra y la llegada de agua al Alcázar, la ciudad decidió no pagar un solo ducado alegando que a ellos no les llegaba ni gota de agua, ya que toda quedaba en el Alcázar. La solución al conflicto consistió en la construcción de un segundo artificio, para abastecer a toda la ciudad, tras seis años de pleitos. En 1581 este segundo artificio, adosado al segundo estaba funcionado, y los costes de edificación corrieron al cargo del Rey.